sábado, 22 de agosto de 2009

COLLADO DESPEDE-SE DE CARLOS PERILLE NO DIÁRIO DE FERROL

En el Diario de Ferrol de 11 de Agosto de 2009
A CARLOS PERILLE
JOSÉ GONZÁLEZ COLLADO
Fueron años difíciles, cuando conocí a Carlos y nos hicimos amigos para siempre.Él era un magnífico diseñador de letras. Sus rótulos publicitarios -aún hoy- son de vanguardia. Y tenía la facilidad de llegar a la gente, sin menospreciar.Su voz la manejaba con acordes maestros.Fue años más tarde un gran publicista, trabajando intensamente hasta su final.En este tiempo tuvimos que encontrar una forma de ganar dinero, e inventamos el trabajo en equipo.Él, Pepe “el tranquilo” y yo montamos un taller en la calle del Sol, cerca del teatro “Rena”, al lado de una fábrica de chocolate.Pepe era un gran profesional de la pintura industrial; manejaba la “pistola” con gran maestría, y rotulaba y daba fondos, y pintaba lo impensable.En aquel tiempo se organizó la I Feria de Muestras en el parque municipal.Mariano Granullaque, entonces subdirector de “Pysbe”, secadero de bacalao llegado de Terranova, hoy desaparecido, nos encargó sus “stands”.Por supuesto, todo cuanto rótulo se hizo en esa feria pasó por nuestras manos. Dormíamos entre las redes que sirvieron para la decoración de las casetas, dada la premura de su inauguración.Yo dejé pronto la “sociedad”. La amistad continuó, a pesar de las distancias, los avatares y los años.La primera visita a Ferrol la dedicaba Carlos, y casi siempre los primeros vinos.Fue maestro de muchos hombres de radio, y jamás se dio importancia sobre su portentosa voz. Él pensaba, hacía el guión, lo ilustraba, lo pulía y le sacaba brillo. Y ¡ahí queda eso!Tuvo una agencia de publicidad de la cual vivió y pagó sus facturas, sus equivocaciones y hallazgos. En ella era más importante la amistad que el negocio; era más tertulia que oficina. Se hacía publicidad entre chascarrillos y chistes políticos, entre seriedad y camaradería. Yo me sentía bien allí, y a veces cogía el pincel o el lápiz y hacía algún trabajo, porque urgía acabarlo, o porque me apetecía.Amigo de todos, gran conciliador, gran trabajador, si era necesario; ligeramente informal con el reloj, pero cumplidor en lo fundamental. Jamás le vi hacer un “feo” a nadie; no entendió de “clases sociales” y su gran humanidad le llevó, a veces, a hacer de “abogado del diablo”.Perille, para todos, empezó a ponerse triste cuando le encaneció el bigote: el de siempre, aquel tan negro, debajo se su prominente nariz, larga nariz debajo de aquellos ojos de mirada franca, y la boca como fruncida, que me recordaba la de Bello Piñeiro, el maestro. Visto por detrás era fácil reconocerlo: andaba igual que los vaqueros -aquellos de las películas de mi juventud, en blanco y negro-, ligeramente encorvado hacia delante, las manos largas, colgando a los costados, y las piernas arqueadasque, al andar, daban la sensación de que iban en dirección distinta.Por supuesto era alto y yo, a su lado, pensaba en qué sensación y efecto causaríamos juntos. Él, alto y delgado, y yo, bajo y rechoncho, colocados ante la barra de una cafetería, como aquella de “Oslo”. Él, tranquilo; yo, inquieto. Él, de hablar pausado, y yo, rápido y a la que salta. Íbamos para genios, y nos quedamos en personas sensibles, y Perille lo fue. No podía ver la injusticia, ni la pobreza, ni la ingratitud. Fue un amante de la belleza, de las Artes, del buen hablar. ¡Y cómo y qué bien hablaba el castellano! Pero también era una delicia oírle expresarse en su lengua materna, el gallego, porque si alguien sabía hablarlo bien, ése era Carlos. Los cuentos narrados por él en esta lengua eran insuperables.El teatro fue su pasión. Sabía actuar y, sobre todo, dirigir. Le gustaba cantar con los amigos las viejas habaneras ferrolanas o los tangos argentinos, o recitar poemas.Era buen catador de vinos y saboreador de delicados mariscos y otras “lindezas”. Lo que nunca conseguí fue verlo en bañador. Creo que el agua no era su pasión, prefería el vino. Desde el más pequeño cartel a llevar la campaña de publicidad de un partido político, y de conseguir que ganase en Ferrol, era capaz de todo.Vamos a echar de menos sus acertados “Aquí no pasa nada”, o sus programas de Arte, o sus tertulias en televisión.Fue un comprometido a ultranza -y tenía razón- en lo de la “Plaza de España”. Se fue en un sueño, sin despertar, y yo le vi durmiendo en su cama, como ya le veré en el futuro. Fue, la suya, como diría Rilke, una buena muerte.Se murió, terminado de escribir su último “Aquí no pasa nada”, después de comer y en plena siesta.Adiós, amigo.

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